Educación y cultura popular
Orígenes
Daniel caminaba con cierta prisa. El barrio no era un lugar seguro y eso lo sabía por experiencia. No nos referimos a esa “inseguridad” de la que hablan muchos medios de comunicación en la que pobre es igual a delincuente, sino a esa otra, real, que surge en los barrios humildes como resultado de una penumbrosa relación entre la policía, los punteros (de los dos tipos) y los chicos que, a cambio de alguna sustancia que los aleje de su mundo, se prestan a ser usados para las tareas que el sistema les asigne.
De golpe es la confusión, el miedo, la bronca, todo agolpándose en su cabeza, en su pecho. Daniel no quería que le roben una vez más. Lo pensó, y actuó. El ruido de sus zapatillas a toda velocidad se mezclaba con el de los pocos autos que pasaban a esa hora de la madrugada por la Av. Pierrestegui. El estruendo que retumbó en sus oídos le produjo pánico, menos de un segundo después se percató del chicotazo que le quemó la espalda, sin embargo, ya no pudo evitar precipitarse al suelo.
La noticia de la muerte de Daniel no tardó en recorrer todo el barrio. La indignación y la bronca estallaron en el corazón de los vecinos, que no tenían la menor intención de seguir soportando la situación. Una gota de sangre derramó el vaso.
El amanecer en el barrio La Teja puede regalar instantáneas casi perfectas. El sol oculto incendiando las nubes, tornándolas rojas, naranjas, rosas. Moisés las miraba maravillado, por momentos feliz. A sus siete años ya aprendió a contentarse con simples momentos, pequeñas cosas; combate a la pobreza con alegría, con ganas de vivir. Junto con sus seis hermanos.
Maicol tiene dos años y cuatro hermanas mayores, de seis, ocho, diez y once. Su mamadera en lugar de leche tiene mate cocido; la ropa que usa es dos talles más grande. Sin embargo no fueron elecciones suyas, él no puede elegir. Al menos por ahora…
Para un observador indiferente la Teja es un barrio como cualquier otro, las historias de las familias que allí viven se multiplican por millares en todo el país. Sólo que en sus calles deambulan, todavía latentes en el corazón de muchos chicos, esperanzas, búsquedas, sueños, preguntas que acaso están encontrando su lugar en el mundo.
Recuerdo presente
El asesinato de Daniel Alejandro Sández, de 18 años, en la localidad de Rafael Castillo, el 1 de marzo de 2011, fue el gran catalizador que impulsó a un grupo de vecinos (sumando a amigos que quisieran ayudar) a construir un espacio con un objetivo muy claro: alejar a los chicos de la calle. Allí los chicos, discriminados por parte de la sociedad que tuvo la suerte de no sumarse a la gran cantidad de pobres y marginados que nutren la Argentina, no tienen más remedio que esperar a ser víctimas del gatillo fácil o, según la mafiosa Policía Bonaerense lo amerite, pasar a engrosar las filas de delincuentes que la misma policía administra.
De todos modos, la consecución de ese espacio fue una tarea ardua. Después de muchas idas y vueltas, la Capilla San Antonio que funciona en el barrio les proporcionó un lugar físico para que, en el mes de abril, empezaran a desarrollar su proyecto. Un lugar que como ellos afirman: Todavía se está negociando.
Los chicos se sumaron rápidamente a este proyecto que, a pesar de todo, los hace sentir pertenecientes. Ahora, son aproximadamente cuarenta los que conforman el grupo. Asisten todos los sábados desde las diez de la mañana hasta las doce del mediodía, y esperan que se les presente la oportunidad de tener un lugar propio, donde nadie les imponga límites de horario, ni de ningún otro tipo.
En una casilla precaria junto a la casa de Noemí (Nolasco Flores 1750, barrio La Teja) funciona desde 2008 un comedor-merendero coordinado por el Movimiento Barrios de Pie.
Allí, también desde abril de este año, se levantó otra casilla un poco más estable en la que comenzó a funcionar una Biblioteca Popular. La misma fue el resultado del esfuerzo conjunto de un grupo de personas que se propusieron responder los interrogantes de tantos chicos.
La convocatoria no fue tan complicada porque los mismos que asistían al comedor-merendero comenzaron a participar de las actividades que planteaba la biblioteca. Después, y de apoco, se fueron sumando otros. Hoy asisten alrededor de cuarenta chicos de diferentes edades y con distintas situaciones y problemáticas. Permanecen en este lugar todos los sábados desde las once de la mañana hasta las cinco y media de la tarde, y a veces un poco más.
Vidas
La mayoría de los chicos que asisten al establecimiento ubicado en el barrio San Antonio viven en ambientes familiares violentos. No obstante, cada uno de ellos canaliza su situación de diferente forma.
Facundo tiene nueve años. Según Rodrigo, uno de los responsables del cuidado y formación de los chicos, “es el que mejor cae”. Como todos, a veces él también necesita descargar su bronca. Si lo mirás y le sonreís te grita que no lo hagas, aunque para esto tenga que reprimir sus propias ganas de reír. No puede permanecer quieto mucho tiempo y le cuesta concentrarse en las actividades que le proponen, y sus dibujos pintados a rayones traducen su sentir en una sociedad que porque excluye también es violenta.
Carina tiene diez años, hace poco tiempo sufrió la peor pérdida que puede sufrir una criatura, la de su madre. Ella es introvertida, afectuosa y dulce. Sin embargo, le resulta difícil relacionarse con sus compañeros. Si le quitan algo, la empujan o le gritan ella no se defiende, responde mediante el llanto.
Renzo dibuja. A los doce años posee un talento profesional: crea historietas y dibuja retratos casi a la perfección. Un talento que es necesario estimular para impedir que él sea uno más de esos chicos cuyo talento se desperdicia porque no ha ganado visibilidad.
La familia de Moisés asiste casi en su totalidad a la biblioteca. Pamela, la mamá, encuentra allí un espacio que le brinda la posibilidad de alfabetizarse y aprender junto con sus hijos. Ellos son el móvil de todo lo que hace. Sus nombres estuvieron entre las primeras palabras que escribió.
Moisés asiste, junto con dos de sus hermanos, a una escuela especial. Esto plantea para los chicos que trabajan como voluntarios en la biblioteca un reto sobre el cual sobreponerse.
Emanuel y David, son los dos hermanitos más chicos y todavía no asisten a la escuela. De todas formas, está claro que para cuando lo hagan contarán con un grupo de personas que estará dispuesto a ayudarlos.
El aparato formal de la educación
Tanto en el establecimiento ubicado en San Antonio como en el de La Teja los chicos poseen un lugar en el cual reciben apoyo escolar, alimentación y contención. Pero también, y sobre todas las cosas, un espacio que les brinda la oportunidad de aprender de diferentes modos: jugando, dibujando, pintando o de cualquier otra forma que se les ocurra.
Ambos sitios están plagados de sus producciones: dibujos, escritos, murales, y todo lo que pueda surgir de su imaginación. Éstas son las huellas de su paso por el lugar, y la afirmación de su existencia.
Todo esto se aleja del tipo de educación que reciben los chicos en las instituciones escolares.
Allí pierden su identidad, se convierten en un número, en un presente; y es precisamente esto lo que le hace afirmar a Rodrigo que “llevar adelante una experiencia de educación popular en la escuela es imposible”.
En los centros de educación popular, en cambio, los chicos son como el Sistema Educativo actual no les permite ser: felices.
Porvenir
“Es una forma de empezar a torcer ese camino que a veces se les plantea a los pibes y se nos plantea a nosotros como inquebrantable” responde Vicki, cuando le preguntamos por el motivo que la lleva a dedicar parte de su tiempo en la biblioteca.
El discurso neoliberal pretende imponernos un mundo real inamovible para que se nos torne imposible la posibilidad de pensar en otro. Pero nosotros como Vicki, Rodrigo, Laura, Iris y el resto de los chicos que participan de estos proyectos hemos decidido creer que el cambio es posible.
Por ahora los objetivos son a corto y mediano plazo: agrandar la biblioteca, conseguir un lugar propio, satisfacer las necesidades alimenticias básicas de los chicos, etc. No obstante, existe un objetivo aun mayor: volver a crear los lazos de solidaridad y respeto que en algún momento existieron en la sociedad y que son indispensables para que el cambio suceda.
Sabemos que no es fácil, que a pesar del esfuerzo, la voluntad y el valor hace falta más. Por el momento, se seguirán llevando a cabo estas experiencias. El pueblo seguirá construyendo las herramientas necesarias para demostrarle al neoliberalismo que la historia no se acabó, sigue viva y es de lucha.
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