Esperamos que este espacio de construcción colectiva de experiencias lectoras transformadoras sea de utilidad y disfrute para los lectores.

Cayún, Marcelo - EL SABOR


Pasó repentinamente, fue increíble para él, nunca  supo cómo, pero pasó…
Don Aurelio era el empleado más antiguo de la oficina, ya pasaba los sesenta años de edad. Se vestía muy bien, era elegante, siempre en cada detalle y al tanto de las noticias. Muy seguro de sí y dedicado a su trabajo.
Pero algo distinto empezó a gestarse en él, algo  que no conocía, que no había vivido; desde hacía mucho tiempo. ¿Atracción?-(pensaba) Buscaba la palabra para definirlo y se negaba a  descubrirla. Se preguntaba: ¿A ésta altura de mi vida, me  puede estar pasando?
El cuerpo le enviaba señales que él rechazaba…pero dejó que pasara, pensó  que era una locura.
Cuando él sentía ese perfume, era como respirar el aire fresco de la mañana.
Cuando escuchaba que esos pasos andaban cerca, ni siquiera se animaba a levantar la mirada, sólo sus ojos se posaban en los trazos de aquellos planos dormidos en su escritorio.
Se dio cuenta que nunca lo había sentido así y que detrás de él, esa persona joven, elegante y refinada  era el motivo de su despertar.
-¡Aurelio, estás loco! ¿Cómo sentir esto? ¡Si ya tienes nietos, estás panzón y hasta calvo!  Es verdad que hace quince años que enviudaste y el tema sexo  sólo en las lecturas de esas revistas guardadas bajo llave.- .Se preguntaba una y otra vez entre carcajadas.

Cuando escuchaba esa voz, desde el escritorio de atrás, él transpiraba y se agitaba. Así pasaban los días y Don Aurelio, sentía aún más. Por las noches comenzaba a soñar y a fantasear.
Al despertar supo que sería el día indicado. El día que buscaría la excusa perfecta para mirar esos ojos de frente y confesar lo que por dentro renacía.
Se miró al espejo, peinó sus pocas canas de una manera; como si estuviera acariciándose una gran cabellera.
Eligió la camisa más blanca entre las que aparentaban serlo y pensó que sin corbata se vería más joven, así  que dejó que su único traje azul, haga  el resto.
Esa colonia que recibió como regalo de cumpleaños, sería la fragancia que daría el toque final de distinción.
Era sentirse como un adolescente dispuesto a todo y a confesar su sentimiento de puro amor. Tomó su portafolios, al tiempo que terminaba de beber el jugo de naranjas, su desayuno habitual.
Esa mañana  decidió caminar hasta la oficina, se sentía tan vital y jovial, que no dejaría que nada lo arruinara, ningún contratiempo. Sabía que todo estaría bien, que se lo merecía, después de tener su vida hecha, que por primera vez, después de mucho tiempo, sería auténtico con sus sentimientos.
Hasta la gente que cruzaba en el camino notaba un resplandor distinto en su mirar, eso reflejaba el viejo Aurelio.
Solo quedaban unos pocos metros de distancia, siempre tan puntual, pero ésta vez quiso adelantarse a todos.
Al atravesar el portal del edificio e ingresar a la oficina, pudo darse cuenta de que algo pasaba; notó que aquel escritorio que estaba ubicado detrás del suyo, ahora ya no estaba en su sitio.
-¿Qué pasó?-Preguntó al uniformado encargado de la seguridad del estudio.
-¡Pidió el traslado, ya no vendrá más!-respondió éste de manera sobria.
Esas palabras fueron puñaladas en ese corazón viejo y fugazmente renovado.
Se acercó hasta ese lugar y se sentó en esa silla, era muy temprano y nadie había llegado aún.
Quiso reconfortarse recordando su cuerpo, sus manos, sus ojos, su perfume, sus pasos, su voz…
Metió temblorosamente su mano en el pequeño bolsillo de su traje azul y tomó una tarjeta personal, la misma que recibió el día en que fueron presentados, siendo lo único que conservaría de ese trunco amor reprimido.
Miró la pequeña tarjeta una y otra vez, dejó que escaparan sus lágrimas, tomó una bocanada de aire y leyó con voz quebrada y ahogada: “Pedro Miranda” -Arquitecto-.

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